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La fatalista relación de España con su pasado dificultó durante
décadas su desempeño en los Mundiales. Se hablaba de la historia
con una reverencia negativa. En la memoria colectiva se habían
grabado todas las frustraciones de un equipo que apenas nunca
había funcionado bien en el concierto internacional. La selección
estaba asociada a momentos tristes y los nombres que los repre-
sentaban: Cardeñosa, Eloy, Julio Salinas, Raul, El Ghandour…
Se interiorizó tanto el fatalismo que el equipo cumplía mejor con
sus defectos que con sus cualidades. La mala historia del equipo
funcionaba como coartada.
El éxito en la Eurocopa se interpretó como la solución a este
problema, la catarsis necesaria para conducir al fútbol español a
un lugar más amable: el del optimismo. Se ganó y el equipo tuvo
empaque. Durante tres semanas jugó muy bien. Se lo reconoció
todo el mundo. Los perdedores por naturaleza se habían
transformado en brillantes vencedores. Esa victoria sólo podía
tener efectos positivos sobre los jugadores, los aficionados y el
periodismo. No ha sido así. Por desgracia, el pasado siempre
tiene un efecto dañino sobre España.
Empieza a ser cargante y muy negativa la constante referencia
a la Eurocopa 2008. No sólo se utiliza como el metro patrón del
juego, sino que invita a místicas desafortunadas. La de Luis Ara-
gonés, por ejemplo. Se quiera o no, su tiempo ha pasado. Es
historia. Merece todo el honor y el máximo aprecio por parte del
fútbol español, pero ni es el seleccionador, ni se le espera. No se
puede construir una ficción con lo que Luis hubiera hecho con
este equipo. No es sano, ni justo. Luis condujo a la selección por
una mediocre fase de clasificación en el Mundial 2006 y por un
discretísimo recorrido en el torneo.
La Eurocopa ya se jugó, aunque parecemos empeñados en jugarlo
cada día en nuestras cabezas Otro asunto recurrente es la
obsesiva comparación con el juego en la Eurocopa. Probablemente
el fútbol de España sea inferior al de entonces, aunque conviene
situar las cosas en su sitio. En primer lugar, sólo uno de los cinco
rivales que tuvo la selección ha pasado la primera fase en este
Mundial: Alemania. En el caso de Rusia y Suecia, ni tan siquiera se
clasificaron para Sudáfrica 2006. El Mundial es otra cosa, mucho
más compleja y exigente.
Basta un dato, Dinamarca ganó la Eurocopa 92 sin preparación
previa. Con respecto al juego, la referencia a la Eurocopa resulta
paralizante. Se olvida que el tiempo no se detiene y el fútbol,
tampoco: alumbra nuevos jugadores, conspira contra los más
veteranos, penaliza con lesiones y descubre argumentos tácticos
para neutralizar a los que tuvieron éxito anteriormente. Eso es
lo que ha ocurrido en los dos últimos años y que se olvida con
tanta frecuencia. La selección de 2008 no se podía conservar
en formol.
Por el camino se han descubierto excelentes jugadores –Piqué
y Busquets son dos grandes exponentes- y se han averiado
otros. Las lesiones de Iniesta y Torres han sido tan importantes
que obliga a respetar el sacrificio de este equipo con respecto al
que ganó la Eurocopa.
La comparación estraga, por injusta, innecesaria y repetitiva.
Aquel torneo ya se jugó, aunque parecemos empeñados en
jugarlo cada día en nuestras cabezas. La mejor Alemania de la
historia ganó la Eurocopa de 1972 en medio de la admiración
general. Dos años después , con los mismos jugadores, conquistó
el Mundial entre críticas y motines. Con mejor o peor fútbol, los
alemanes no han sido prisioneros de su pasado. Han seguido
adelante. España, sin embargo, se encuentra atrapada por un
síndrome temible: el del día de la marmota. Pretende levantarse
cada día y encontrarse felizmente en el Práter de Viena. No sólo
es irreal, también es ridículo.
Tres partidos después de comenzar el Mundial, buena parte
del fútbol español continúa atrapada en el pasado, en un bucle
nocivo que le impide afrontar la realidad. Estamos en otro torneo
y en otro momento. Es necesario que el seleccionador y los juga-
dores no participen de la absurda nostalgia que nos invade. Al
equipo le conviene la máxima dosis de realismo. Es la principal
lección de la dura travesía por la primera ronda. No ha sido el
equipo de la Eurocopa, ¿y qué? Es el entorno, principalmente
el mediático, el que debería reflexionar sobre el peligro del
ensimismamiento. Por desgracia, se ha llegado a un punto muy
español: convertir el pasado en una trampa. Durante décadas, la
selección fue víctima del fatalismo histórico. Llegó el éxito y
tampoco sirve. Siempre nos quedamos enganchados fuera de la
realidad.
SANTIAGO SEGUROLA
décadas su desempeño en los Mundiales. Se hablaba de la historia
con una reverencia negativa. En la memoria colectiva se habían
grabado todas las frustraciones de un equipo que apenas nunca
había funcionado bien en el concierto internacional. La selección
estaba asociada a momentos tristes y los nombres que los repre-
sentaban: Cardeñosa, Eloy, Julio Salinas, Raul, El Ghandour…
Se interiorizó tanto el fatalismo que el equipo cumplía mejor con
sus defectos que con sus cualidades. La mala historia del equipo
funcionaba como coartada.
El éxito en la Eurocopa se interpretó como la solución a este
problema, la catarsis necesaria para conducir al fútbol español a
un lugar más amable: el del optimismo. Se ganó y el equipo tuvo
empaque. Durante tres semanas jugó muy bien. Se lo reconoció
todo el mundo. Los perdedores por naturaleza se habían
transformado en brillantes vencedores. Esa victoria sólo podía
tener efectos positivos sobre los jugadores, los aficionados y el
periodismo. No ha sido así. Por desgracia, el pasado siempre
tiene un efecto dañino sobre España.
Empieza a ser cargante y muy negativa la constante referencia
a la Eurocopa 2008. No sólo se utiliza como el metro patrón del
juego, sino que invita a místicas desafortunadas. La de Luis Ara-
gonés, por ejemplo. Se quiera o no, su tiempo ha pasado. Es
historia. Merece todo el honor y el máximo aprecio por parte del
fútbol español, pero ni es el seleccionador, ni se le espera. No se
puede construir una ficción con lo que Luis hubiera hecho con
este equipo. No es sano, ni justo. Luis condujo a la selección por
una mediocre fase de clasificación en el Mundial 2006 y por un
discretísimo recorrido en el torneo.
La Eurocopa ya se jugó, aunque parecemos empeñados en jugarlo
cada día en nuestras cabezas Otro asunto recurrente es la
obsesiva comparación con el juego en la Eurocopa. Probablemente
el fútbol de España sea inferior al de entonces, aunque conviene
situar las cosas en su sitio. En primer lugar, sólo uno de los cinco
rivales que tuvo la selección ha pasado la primera fase en este
Mundial: Alemania. En el caso de Rusia y Suecia, ni tan siquiera se
clasificaron para Sudáfrica 2006. El Mundial es otra cosa, mucho
más compleja y exigente.
Basta un dato, Dinamarca ganó la Eurocopa 92 sin preparación
previa. Con respecto al juego, la referencia a la Eurocopa resulta
paralizante. Se olvida que el tiempo no se detiene y el fútbol,
tampoco: alumbra nuevos jugadores, conspira contra los más
veteranos, penaliza con lesiones y descubre argumentos tácticos
para neutralizar a los que tuvieron éxito anteriormente. Eso es
lo que ha ocurrido en los dos últimos años y que se olvida con
tanta frecuencia. La selección de 2008 no se podía conservar
en formol.
Por el camino se han descubierto excelentes jugadores –Piqué
y Busquets son dos grandes exponentes- y se han averiado
otros. Las lesiones de Iniesta y Torres han sido tan importantes
que obliga a respetar el sacrificio de este equipo con respecto al
que ganó la Eurocopa.
La comparación estraga, por injusta, innecesaria y repetitiva.
Aquel torneo ya se jugó, aunque parecemos empeñados en
jugarlo cada día en nuestras cabezas. La mejor Alemania de la
historia ganó la Eurocopa de 1972 en medio de la admiración
general. Dos años después , con los mismos jugadores, conquistó
el Mundial entre críticas y motines. Con mejor o peor fútbol, los
alemanes no han sido prisioneros de su pasado. Han seguido
adelante. España, sin embargo, se encuentra atrapada por un
síndrome temible: el del día de la marmota. Pretende levantarse
cada día y encontrarse felizmente en el Práter de Viena. No sólo
es irreal, también es ridículo.
Tres partidos después de comenzar el Mundial, buena parte
del fútbol español continúa atrapada en el pasado, en un bucle
nocivo que le impide afrontar la realidad. Estamos en otro torneo
y en otro momento. Es necesario que el seleccionador y los juga-
dores no participen de la absurda nostalgia que nos invade. Al
equipo le conviene la máxima dosis de realismo. Es la principal
lección de la dura travesía por la primera ronda. No ha sido el
equipo de la Eurocopa, ¿y qué? Es el entorno, principalmente
el mediático, el que debería reflexionar sobre el peligro del
ensimismamiento. Por desgracia, se ha llegado a un punto muy
español: convertir el pasado en una trampa. Durante décadas, la
selección fue víctima del fatalismo histórico. Llegó el éxito y
tampoco sirve. Siempre nos quedamos enganchados fuera de la
realidad.
SANTIAGO SEGUROLA
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