Creo
que, por primera vez en mucho tiempo, una competición de selecciones nacionales
(la Eurocopa )
va a ser libre y claramente aceptada como un oasis, una tregua, un paliativo,
una evasión de la realidad, un mundo falso y paralelo, un bienvenido opio. Y
que será abrazada como tal, sin vergüenza ni reserva ni remordimiento, no sólo
por los Gobiernos europeos que la organizan y a los que conviene, sino por la
mayoría de la población del continente. Sí, un antiguo comunista pondría el
grito en el cielo, y no sólo condenaría esta actitud sino el campeonato mismo,
al que tildaría de engaño, estafa, distracción de los problemas graves e infame
placebo. Pero esta clase de denuncia tendría sentido sólo si la gente fuera
inconsciente e ingenua y no estuviera al tanto de que el fútbol no le cambia la
vida ni resuelve sus problemas ni los empeora; no procura un empleo al que
carece de él ni pone fin a la precariedad y la zozobra del que aún lo conserva
y teme perderlo todos los días.
No, los ciudadanos, con muy escasas excepciones, están hoy
al cabo de la calle. Saben que durante los noventa minutos que dura un partido
podrán instalarse en esa ficción (el fútbol pertenece a esa dimensión casi
tanto como las novelas y las películas), y fingir, en consecuencia,
que lo único que importa es el triunfo de su equipo, y que al lado de esto su
desempleo, sus apuros económicos, su preocupación por el futuro de sus hijos,
incluso su afectada salud, palidecen y pasan a segundo plano. He dicho fingir
porque hoy conocen bien la verdad: que, una vez terminado el encuentro, todas
las desdichas y los temores seguirán ahí, inalterados, independientemente de lo
que su selección haya logrado. Y sin embargo se prestan a ese breve
fingimiento, o es más, necesitan de él en mayor medida que en las últimas
cuatro o cinco décadas, que ya es tiempo.
Esta droga que
permite un pasajero olvido no les sirve tan sólo a los aficionados al fútbol:
como es sabido, en la
Eurocopa y en el Mundial casi todo el mundo acaba poniéndose
delante de la televisión, extrañamente contagiado; hasta quienes no se
sentarían ni una vez a ver evolucionar a jugadores, así fueran geniales, en los
dos años que median entre competición y competición de alto rango. Los
habitantes tienen una ilusión, algo de lo que estar pendientes en compañía del
resto, y llega un momento en el que las victorias del equipo de un país no son
importantes por la victoria en sí, sino porque cada una le permite avanzar y
jugar un nuevo partido, que no sería posible si quedara eliminado: lo
fundamental de los triunfos es que éstos posibilitan que dure un poco más el
encantamiento colectivo.
La gente no
está por tanto “narcotizada”, sino que ha comprendido lo cruciales que son los
respiros, las sublimaciones, las ensoñaciones y los hechizos transitorios; no
sólo los asume con plena conciencia de que son sólo eso, sino que los exige. En
el caso de España, además, se llega a este campeonato con las expectativas ya
colmadas por los pasados títulos europeo y mundial de 2008 y 2010,
respectivamente. Es decir, sin ansia. Si el equipo fracasa, no habrá ningún
drama, sino agradecimiento por lo que ya se conquistó en las anteriores citas.
Será fácil achacar las posibles derrotas a las bajas de Puyol y Villa, o a la
mala suerte, o al natural menor rendimiento de los jugadores más veteranos. Así
que tampoco habrá que ver sospechosa y ridícula patriotería en el deseo de que
la selección siga adelante, sino sobre todo lo ya apuntado: cuanto más lejos llegue
España, más durará el oasis, la tregua, el paliativo que concluirá en todo
caso, la bendita ficción que nos descansa.
Una de las
razones por las que me hice novelista hace muchos años fue porque me parecía un
oficio que merecía doble agradecimiento: no sólo lo pasaba bien uno, sino que
contribuía —con suerte, claro— a que lo pasaran bien otros. Lo mismo se puede
decir de quienes hacen cine o crean series como Juego de tronos o The
Big Bang Theory. También de quienes saltan al campo y logran que durante noventa
minutos suspendamos nuestras cuitas. Ahí continuarán una vez consumidos, y lo
sabemos. Un campeonato como el que va a comenzar no nos engaña, nos alivia tan
sólo, y eso ya es mucho en los tiempos oscuros.
JAVIER MARIAS
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